La ciencia que estudia las relaciones entre la flora y la fauna de un mismo espacio se llama ecología, y en los últimos tiempos ha experimentado un notable auge y una gran popularidad, y de cuya adecuación y vulgarización depende en gran parte la conservación de las especies vivientes en la tierra y en el mar.
Para facilitar el estudio de la ecología se ha convenido en dividir la tierra en varias grandes regiones biogeográficas que solo en parte coinciden con la superficie de los continentes. La más extensa es la región paleártica, pero la que aquí nos interesa es la región etiópica, de vida animal más densa, variada y espectacular. Añadiremos que la zona neotropical (sudamericana) y la australiana la superan por la originalidad y antigüedad de muchas de sus especies.
Prescindiendo del reparto geográfico, las zonas climáticas pueden ser divididas en 10 biombos, a saber: regiones polares, bosques de coníferas, bosques templados, praderas y sábanas, desiertos, selvas tropicales, montañas, islas oceánicas, aguas continentales y mares y océanos. Cada uno de ellos está habitado por plantas y animales adaptados a las peculiares condiciones reinantes en él, adaptaciones que a veces han costado millones de años.
Es muy interesante destacar que las pinturas rupestres de Altamira y Lascaux delatan un indiscutible conocimiento (casi diríamos “sentimiento”) animalístico de los hombres primitivos, que solo se consigue con una intensísima y prolongada observación del natural, fruto de un profundo interés por el tema. Este interés del hombre por su entorno ha ido aumentando paulatinamente en el correr de los siglos. La ciencia se ha puesto al servicio de esta ansia de “curiosidad” humana y nos ha permitido llegar a un conocimiento casi total de la vida íntima faunística.
En cuanto a este artículo sobre la sabana africana vamos a describir las especies animales en el seno de sus hábitats. Considerados con razón como el gran paraíso de los animales salvajes.
En este amplio panorama del mundo animal de la sabana africana ofreceremos la fuerte estampa de los elefantes y rinocerontes, la belleza de las cebras, y además la fiereza de los leones y guepardos, la de los búfalos; la gacela es, según algunos, el más bello adorno de la sabana; la hiena, barrendero y eficiente sanitario; los buitres, carroñeros voladores; el águila real y el azor, los halcones y las avutardas, el avestruz y los monos, etc. así de variado y espectacular es el mundo de la sabana africana, un mundo del que ofreceremos mil detalles y curiosidades que suscitarán en nosotros un renovado interés por el gran parque zoológico de la naturaleza, fuente inagotable de descubrimientos, a veces increíbles.
Todos estos animales los podreis ver en vuestro viaje a la sabana africana de Tanzania y Kenia.
Sábanas y Praderas
Las extensas llanuras herbáceas del interior de los continentes son praderas si están situadas en zonas templadas, y sábanas si se hallan en climas tropicales. Factores importantes en la formación de las sábanas son la constitución física del suelo, generalmente una capa delgada de tierra fértil sobre una base de suelo duro, que no deja espacio para las raíces profundas de los grandes árboles, la clase y cantidad de animales que pacen en ella, etc., pero, y sobre todo, el clima, y la cantidad y repartición de las lluvias.
El calor y las lluvias constantes a lo largo del año determinan la formación de bosques y selvas ecuatoriales. Las estaciones alternas, con lluvias acumuladas en una sola estación, con largos periodos de sequía, determinan la formación de las sábanas. Las sábanas se hallan siempre en contacto con las zonas de transición de los bosques por su lado más húmedo, mientras el más seco colinda con los bordes de los desiertos o las estepas arbustivas. La hierba es tan alta que en algunos lugares supera los 3 metros de altura.
El fuego, modelador de la selva
En África, las sábanas ocupan una faja desde Senegal a Etiopía, y, rodeando la gran selva congoleña por África oriental, se extiende, salpicada a veces de acacias umbelíferas y otros árboles resistentes a la sequía, hasta alcanzar toda la anchura del continente y convertirse por un lado en el desierto del Kalahari, y por el otro lado en el veld sudafricano de matorrales y estepas.
Una característica de las sábanas africanas son sus periódicos incendios. Ya sea por causas naturales (rayos, chispas volcánicas, etc.), o provocadas por la mano del hombre, durante la estación seca el fuego arrasa las hierbas resecas por el calor y la sequía, convirtiéndolas en cenizas y humus que fertilizan el suelo. El fuego hace huir a los animales, y entonces puede verse a las garcillas y otras aves, cerca de las llamas, dándose un banquete con los pequeños animalillos, lagartos, roedores y miríadas de insectos, que el fuego dispersa su paso. Empero el fuego no destruye las semillas; muchas de ellas se entierran gracias a un largo espículo que se retuerce con el calor y las hace penetrar bajo tierra como la punta de una barrena; otras viajan en el estómago de los rumiantes en fuga. El caso es que con las nuevas lluvias todo el suelo vuelve a reverdecer.
Nichos ecológicos
Es sorprendente la inmensa cantidad de animales que habitan la sabana. Los ecólogos llaman "biomasa" al peso conjunto de los animales tanto fitófagos cómo carnívoros, sustentados por una extensión determinada de terreno. La sábana soporta las cifras más altas sin llegar jamás a depauperarse. Ello es debido a que cada especie herbívora desarrolla una pertenencia alimenticia, y cada especie de hierba atrae a una especie determinada de herbívoro, evitando la competencia entre ellos. Esto es, cada especie explota un nicho "ecológico distinto".
Los predadores
La función selectora de los predadores, por sangrienta que parezca, es fundamental para la supervivencia de las comunidades ecológicas, tanto en la sábana como en cualquier otro medio. Eliminan a los individuos viejos enfermos tarados o mal dotados, contribuyendo a la selección natural de las especies.
Los carroñeros
Solo el 40% de los animales son presas de las fieras, el resto muere por otras causas. Hienas, buitres, chacales, y otros carroñeros llevan a cabo una imprescindible labor de limpieza y saneamiento, eliminando los cadáveres antes de que su putrefacción pueda desencadenar graves epizootias.
Cebras de Grevy y cebras de Burchell
Por su semejanza con el familiar caballo y por su llamativa pelambre rayada, jamás igual en dos individuos, las cebras atraen inmediatamente nuestra atención. Equídos de la misma familia que el caballo, el asno y el hemión, extraordinariamente dotados para la carrera en velocidad y resistencia, las cebras habitan los espacios abiertos de África Oriental y Meridional, siempre en grupos, a veces muy numerosos compuestos por agrupaciones familiares; a la hora de pacer aparecen siempre mezcladas con otras especies de herbívoros, principalmente ñúes, alcefalos, damaliscos, e incluso avestruces. Pero a una señal de alarma, cada especie huye en distinta dirección.
A los dos años las cebras son aptas para la reproducción, y dan a luz normalmente una sola cría después de 371 días de gestación. El recién nacido tiene rayas de color marrón, que con el tiempo se irán oscureciendo, y a las pocas horas pueden tenerse en pie y corretear. Pronto mordisquea la hierba, y a los quince días la come perfectamente, pero continúa mamando hasta los 6 o 7 meses.
Las cebras son uno de los animales que hacen la migración anual desde el Parque Nacional del Serengeti (Tanzania) a la Reserva de Masai Mara (Kenia), junto con los ñúes, algunos antílopes y algunos depredadores que les siguen.
Los grupos familiares suelen estar compuestos por un macho y seis o siete yeguas con sus potros. Los garañones jóvenes son obligados a abandonar el grupo a los tres años. Entonces se reúnen con otros y forman grupos de machos jóvenes. Las peleas entre garañones de una misma especie son muy frecuentes, para dirimir posiciones de dominio. Pero jamás atacan a las de especie distinta.
Las cebras parecen ser las presas favoritas del león y otros predadores, pero no son fáciles de cazar. La cebra tiene muy buen oído, y a menos que el león pueda alcanzarla a saltos, aquella escapará y el león, agotado, se quedará sin comida.
La cebra de Grevy es más resistente a la sed y habita territorios de Somalia y norte de Kenia. La cebra común y la de Grant, de rayas más anchas y mejor diferenciadas, dependen en mayor grado del agua de los ríos y lagunas de agua dulce.
Alcéfalos y damaliscos
Para los herbívoros de la sabana, acechados por los predadores, es de vital importancia el poder vigilar por encima de las altas hierbas. Varias especies de antílopes, agrupadas bajo los nombres genéricos de alcéfalos y damaliscos, amplían su campo visual gracias al crecimiento desproporcionado de sus patas delanteras, lo que confiere a sus lomos una notable línea descendiente hacia la grupa.
A cada tipo de sabana corresponde una variedad de alcéfalo; Bubal en el norte de África; tora y de Swayne en Etiopía; de Jackson y kongoni en África oriental; de Liechtenstein o konzo en las sábanas del bajo Zambeze y el caama o hartsebeest, exterminado por los colonizadores en Sudáfrica.
Alcéfalo y damaliscos habitan casi siempre juntos, en grupos de 10 a 20 individuos de cada clase, y son presas preferidas por los leones y otros depredadores, pero nunca fáciles de cazar.
El alcéfalo se encuentra seguro a unos 50 m del león, pues, aunque éste desencadene un ataque, el alcéfalo puede escapar. Además, en plena carrera de bruscos quiebros y cambios de dirección que los leones no pueden seguir.
La palabra “damalisco” proviene del griego y significa simplemente “becerro”. Los más conocidos son el korrigum, que vive entre Senegal y el lago Chad; el Tiang, qué forma rebaños numerosos entre el lago Chad y la cuenca del Ubangui-Chari: el topi, presente sobre todo en África Oriental; el blesbok, que se está domesticando en Sudáfrica para la obtención de leche y el sassaby, considerado por muchos como el más veloz de todos los antílopes.
Los damalisco esparcidos por la estepa predesértica son mucho más sobrios en beber, y pueden subsistir mucho tiempo con la escasa agua contenida en la reseca hierba del pasto, pero se ven obligados a realizar largas migraciones en la estación seca. Otros, como el sassaby, dependen en mucha mayor medida de los cursos permanentes de agua.
Aunque se ha visto a un damalisco cornear a un leopardo, lo cierto es que los largos y peligrosos cuernos de los damaliscos están al servicio de la lucha entre machos de la misma especie; luchas que corresponden a un ritual que tiene por objeto demostrar cuál es más fuerte, pero sin causar la muerte del adversario.
Ñúes
El ñu es el más desgarbado y estrafalario de los antílopes. Su nombre proviene del grito que producen, y los primeros viajeros lo describieron como mitad buey, mitad caballo. Además, si su aspecto es poco agraciado, no menos extravagante es su carácter lunático, caprichoso, fanfarrón e inconstante. En presencia de un extraño, los machos se plantan presuntuosos y amenazadores, pero son inofensivos; de pronto saltan como carneros y echan a correr alocadamente por entre el rebaño, arrastrando en sus carreras y saltos a los individuos más próximos, sacudiendo sus colas caballunas, para ir a detenerse poco más allá, como olvidaros del incidente.
Los ñúes son los vertebrados más numerosos de la sabana. En el Serengueti hay más de 350.000, que viven en compañía de cebras, avestruces y otras especies de antílopes. Por su gran número, los ñúes son quiénes más influyen en los movimientos migratorios de la comunidad; pero también son las presas más frecuentes de los leones. Un gran macho de 200 kg proporciona alimento para una familia durante varios días.
Leopardos y guepardos casi nunca caza ñúes adultos. Prefieren los añojos, a quienes por su menor peso pueden arrastrar lejos o a las ramas de una acacia, para devorarlos sin temor a la competencia de los leones. Las hienas rondan los rebaños de ñúes, para matar algunos recentales que roban en un descuido de su madre. Pero si hay un macho cerca, arremete furiosamente contra las ladronas, rescatando a menudo la cría. Los ñúes tienen una enorme vitalidad y sobreviven a tremendas heridas. Incluso herido por varios proyectiles, un ñu sigue galopando hasta que se desploma repentinamente muerto.
Los ñúes, como la mayoría de los antílopes, no pelean por las hembras, sino por la posesión de una parcela de terreno, de unos 30 metros, bien provista de hierba, y que tiene que ir desplazando para seguir a la manada en sus movimientos, por lo que las peleas entre los machos son incesantes.
Únicamente en dichas parcelas nupciales tienen lugar los apareamientos, por lo que solo los machos más fuertes y dominantes engendran hijos. Los adultos sin parcela forman clanes de solteros, marginados de la función reproductora. Pero los machos territoriales, agotados en poco tiempo por su intensa actividad y sus continúas peleas, atraen con preferencia la atención de leones y perros cazadores, que los persiguen durante kilómetros hasta rendirlos de agotamiento.
Los ñúes son, junto a las cebras, los mamíferos que hacen la migración anual desde el Parque Nacional del Serengeti (Tanzania) a la Reserva de Masai Mara (Kenia), junto a algunos antílopes y algunos depredadores que les siguen.
El león era en otro tiempo dueño y señor del continente negro, de norte a sur y de este a oeste, lo mismo en montañas que en sábanas, selvas o estepas. Su rugido, qué provoca atávico estremecimiento a quién lo escucha, fue llamado con razón “la voz de África”. En la actualidad, el hombre lo ha reducido a confinamiento en las reservas y parques naturales. Pero no el hombre africano, armado de lanza, como el masai que lo cazaba para obtener gloria y prestigio y para proteger sus rebaños de ganado, sino el extranjero, provisto de arma de fuego que convierte la caza en una simple matanza.
Carnívoros como el tigre y el oso superan al león en tamaño y peligrosidad. Elefantes, rinocerontes y otros herbívoros son más fuertes que él. Entonces, ¿por qué se le llama “rey de los animales” y se le atribuyen desde muy antiguo méritos y cualidades que se le regatean a otros? Sin duda por su arrogancia, carente de fanfarronería. El león es consciente de su poder, de su capacidad para dar la muerte. Es el único animal que duerme descuidado por completo, en campo abierto y en pleno día, rodeado de animales salvajes y peligrosos, plenamente seguro de su invulnerabilidad.
Si su amarillenta mirada se fija en los ojos de una persona, la paraliza de terror profundo y ancestral. Uno de los atributos del león, tanto más impresionante que sus garras y sus fauces, es la orgullosa melena que hace que las cabezas de los machos parezcan mayores de lo que en realidad son. Su misión sin duda es la de avisar su presencia, como una bandera de combate, a sus propios congéneres de otras hordas.
Una horda de leones suele estar compuesta por uno o dos grandes machos, 2, 3 ó 4 hembras y varios jóvenes, a veces cerca de 20 de diversas edades. Cada horda habita un territorio con caza suficiente para sus necesidades, territorio que los machos dominantes delimitan por medio de la orina, área cuya propiedad proclaman con rugidos y defienden de las invasiones de otros clanes leoninos. No son frecuentes, pero tampoco raras, las peleas encarnizadas que terminan con la muerte de uno o varios de los contendientes. La muerte de un macho territorial es catastrófica para el resto de la horda.
Pero no siempre los machos se pelean. Con frecuencia establecen entre ellos lazos estrechos de amistad duradera. Si se separan, cuando vuelvan a encontrarse dan muestra de mutuo reconocimiento y complacencia. A veces la amistad de un león joven y en plenitud de facultades con otro viejo y tarado. Entonces el joven caza y se proporciona alimento para ambos.
En el Valle de Seronera, en el Serengeti central, es donde hay mayor concentración de familias de leones en todo África.
Los machos cazan pocas veces. Las hembras, carentes de la delatora melena y conservando puras las formas de los felinos adaptadas al acecho y a la caza, se encargan de derribar la mayoría de las presas que le sirven de alimento. Desde los tres meses de edad los cachorros siguen a sus madres aprendiendo las técnicas de la caza. Ninguno nace sabiendo cazar y matar: aunque le impulse su instinto de carnívoro, necesita un duro aprendizaje, sin el cual moriría de hambre en pocos días.
La sociedad de los leones está sólidamente jerarquizada. Los machos son los primeros en saciarse con la caza abatida por las hembras; estás comen a continuación, y finalmente los cachorros. En épocas de sequía y de penuria los machos imponen por la fuerza su derecho, los jóvenes adelgazan y algunos mueren de inanición. Más nunca dejan de lamer y acariciar a padres tan egoístas y crueles.
A menudo los leones atacan animales demasiado poderosos. Una jirafa puede matar de una coz a un león. Por eso, un león experto espera a que la jirafa baje la cabeza para beber agua o arrancar hierba, para saltarle al largo cuello y derribarla. Otras veces atacan crías de rinoceronte; pero si la madre está cerca arremete sin vacilar y el león debe huir.
Los cachorros, normalmente tres o cuatro por parto, nacen con manchas oscuras en la piel que les permite confundirse con el suelo, inmóviles, mientras su padre sale a cazar. Frecuentemente varias hembras colaboran entre sí, y mientras unas cazan, las otras cuidan, limpian y amamantan indiscriminadamente a los pequeñuelos. Estos, al año, colaboran en las cacerías; a los 15 meses meses se inician en la matanza, a los dos años son expertos cazadores, y a los tres, por intolerancia de los padres, se ven obligados a abandonar el clan familiar y vagar, quizá para siempre: o, por lo menos, hasta que puedan conquistar un territorio y crearse una familia propia.
Durante el día, los leones se ven casi siempre durmiendo o descansando a la sombra. El calor les agobia. Al caer la noche, se ponen en movimiento. Y derrochan tanta energía que para cuatro horas de actividad necesitan veinte de descanso. Los más encarnizados enemigos de los leones, aparte de los insectos, que les causan verdaderas torturas, son hienas. Estas siguen a los leones cuando van a cazar; si son muchas y un solo león, le roban la comida, y finalmente son ellas las que, en la mayor parte de los casos, rematan a los viejos decrépitos o roen sus restos. La aversión y el odio entre hienas y leones es mutua.
El avistamiento de leones durante vuestro viaje de safari por Tanzania o Kenia, está practicamente asegurado. Tarde o pronto podreis ver una familia de leones, algún macho solitario o alguna hembra con cachorros.
Búfalo africano
De la misma familia que la vaca doméstica, el búfalo es el único bóvido salvaje de África. Los bóvidos son rumiantes del orden de los artiodáctilos, mamíferos ungulados con un número par de dedos en cada extremidad, terminados en pezuñas. Los búfalos ostentan poderosa cornamenta muy característica, que forma un escudo protector sobre la cabeza. Habitan tanto en la sabana, como en las orillas de los bosques, en la selva, en la montaña y en el pantano; es decir, una gran variedad de hábitats. Y sus variedades abarcan desde el pequeño búfalo enano de la selva, de un metro de altura y 200 kg de peso, el búfalo negro de El Cabo, con 1,65 de altura, 700 kg de peso y cuernos de 1,25 m de longitud; pero todos ellos permanecen a una misma especie.
El búfalo, de naturaleza pacífica y reposada, ha ganado no obstante fama de animal agresivo y peligroso. Y es que irritados y, sobre todo, heridos dan muestra de una increíble agresividad y una tenacidad incomparable para perseguir a sus enemigos y acosarlos hasta terminar con ellos. Los búfalos han dado muerte a más cazadores y a más leones que ningún otro animal salvaje.
Los búfalos se benefician de su gregarismo en manadas, que les permite una mejor vigilancia y defensa de los terneros y jóvenes contra los predadores, que muy raramente logra matar algún ejemplar joven. Las manadas a veces de varios centenares de reses, están compuestas por machos y hembras de todas las edades, y nunca tienen jefes fijos, sino que se dejan guiar por el animal, macho o hembra, que mejor conoce el terreno.
La presencia de un peligro desencadena la huida de la manada. Pero si el peligro no se define y la tensión crece hasta hacerse insoportable, a menudo los machos se traban, sin razón aparente, en impresionantes peleas.
El búfalo es, junto al león, el leopardo, el elefante y el rinoceronte negro, uno de los "5 Grandes africanos". Se denominan así a las especies más valoradas por los cazadores de principios del siglo XX. Hoy en día, esta denominación sigue utilizandose en los safaris fotográficos para referirse a estas 5 especies tan espectaculares.
La mayoría de los nacimientos se producen hacia la mitad de la segunda estación lluviosa, tras 11 meses de gestación de la madre. Al nacer, los machos pesan de 55 a 60 kg, y las hembras algo menos. A veces los leopardos intentan apoderarse de las crías, pero al menor chillido de estas desencadena el inmediato ataque, no solo de la madre, sino de todos los adultos que se hallen en las inmediaciones.
Los grandes machos, demasiado pesados para seguir a las manadas en sus desplazamientos, aunque lo bastante fuertes para no tener ningún predador, prefieren instalarse, a solas o en pequeños grupos, en terrenos por donde la manada suele retornar, dedicados a pacer y revolcarse en las imprescindibles pozas de barro, para librarse del calor y de los parásitos.
Los búfagos o picabueyes y las garcillas bueyeras acompañan constantemente al búfalo y a otros ungulados africanos. Los primeros limpian la piel de sus anfitriones, alimentándose de sus parásitos. Las garcillas bueyeras, en cambio, no le presta ningún servicio; simplemente devora los insectos y otros animalillos que al pastar los herbívoros ponen en fuga.
Para cualquier cazador armado de fusil es arriesgado enfrentarse con un búfalo solitario. Pero los pigmeos de la selva centroafricana lo cazan con sus armas primitivas. Sus flechas tienen corto alcance, por lo que tienen que acercarse con mucha cautela y disparar; pero el veneno tarda varios minutos en hacer efecto, tiempo suficiente para ser corneado varias veces. Entonces el cazador se finge muerto, pues sabes que, aunque un búfalo arremeta varias veces nunca tocará un cadáver y siempre se detendrá a pocos centímetros. Pero más de un cazador ha aparecido aplastado al caer muerto sobre él, el búfalo que acababa de derribar.
Gacelas
Se denominan gacela (del árabe ghazal) varias especies de un género de la familia de los antilopinos, de mediana alzada, constitución esbeltísima, cuello largo, armoniosamente arqueado, cuernos en ambos sexos pero mayores en los machos, bien anillados y con suave forma de lira; con franjas más o menos oscuras en los costados y muy blanca la parte trasera de los muslos.
Habitantes de todas las llanuras, herbáceas, esteparias y desérticas, son los rumiantes más numerosos de África. En el Serengeti se cuentan 800.000 gacelas llamadas de Thomson y 100.000 “suaras” o gacelas de Grand, más altas y con los cuernos proporcionalmente más largos de todos los antílopes.
Las gacelas dependen del agua en menos medida que los otros animales. En la estación seca los grandes rebaños de ñus, cebras y otros ungulados emigran en busca de mejores pastos, mientras que las gacelas permanecen en sus requemados territorios. Las de Grant no beben agua, contentándose con la humedad de las resecas ramillas que comen. Solo las gacelas de Thomson tienden a concentrarse en las proximidades de las últimas aguadas.
A semejanza de ñúes y otros antílopes, los machos de gacela se disputan, acometiéndose y forcejeando con los cuernos, la posesión de parcelas nupciales en las que tratan de retener el mayor número posible de hembras, como en un harén.
Las bellas gacelas son el plato fuerte de numerosos depredadores, que van desde el águila, el chacal y la hiena, que roban las crías, al licaón, el leopardo o el guepardo, y, cuando faltan los grandes herbívoros, del león. Para su supervivencia requieren una vista penetrante y un oído excepcional.
La presión de tan variados enemigos ha contribuido extraordinariamente a la selección natural de las gacelas, a las que deben sus formas armoniosas. Necesitan rapidez para saltar y esquivar los primeros ataques; velocidad en la carrera para escapar a la veloz arrancada de los guepardos; resistencia para no ser agotados por los licaones. Su belleza es, pues, una consecuencia de sus facultades.
El guepardo
Por su morfología y su comportamiento, el guepardo es el más dispar de todos los felinos. La estructura de su tronco de amplio pecho y estrecho tórax, la longitud y marcada musculatura de sus miembros, y sus uñas no retráctiles, lo asemejan más a un enorme galgo que a un gato. Pero la forma de su cabeza, en cuyo rostro destacan dos rayas que bajan desde los lagrimales confiriéndole un aire melancólico, las manchas de su piel y la fuerte cola, lo acreditan de auténtico felino.
El guepardo, que por su constitución no puede aplastarse sobre el suelo como los demás felinos para acercarse a sus víctimas, ni puede matarlas con sus zarpas, pues sus uñas carecen de la agudeza y longitud necesarias, tiene que recurrir al empleo de técnicas venatorias diferentes. El guepardo habita siempre, en mayor o menor proporción, los lugares donde se hallan las gacelas, ya que es su principal predador. Gran parte de su tiempo lo invierte vigilando, observando y estudiando a los animales que pacen en la llanura. Si con su vista penetrante descubre algún animal tarado en un grupo, dirige su ataque contra él, acercándose poco a poco y a veces como con indiferencia; a menudo las gacelas adultas no emprenden la huida hasta tenerlo a unos 45 m.
El guepardo aumenta la velocidad, que, gracias a la longitud de sus miembros y a la flexibilidad de su espina dorsal, puede llegar a los 105 kilómetros por hora. El grupo de gacelas mantiene la distancia, pero la elegida, vieja o tarada, pierde terreno, y aunque trate de esquivarlo con rapidísimos quiebros, el guepardo la derriba con un golpe de su zarpa, le muerde en el cuello, manteniéndola aferrada hasta ahogarla. Pero eso sí, el guepardo no puede mantener su fantástica velocidad más allá de 450 m, y si no alcanza a su presa enseguida tiene que renunciar y quedarse sin comer, hasta el nuevo intento.
El hábitat perfecto del guepardo son las grandes y bastas llanuras del sur del Serengeti y del Área de Conservación de Ngorongoro. Ahí, puede poner en práctica su arma más letal, la velocidad.
El guepardo es perfectamente domesticable a condición de disponer de espacios abiertos donde pueda correr. Son tan fieles como perros, conviven con otros animales, y jamás les sobrevienen accesos de velocidad. Incluso los guepardos salvajes no atacan al hombre, a menos que se sientan acosados y acorralados. Desgraciadamente soportan muy mal los cambios de clima, por lo que son rarísimos en los zoos de Europa y América. Enjaulados languidecen, se vuelven irritables, y mueren.
Antiguamente los guepardos eran muy abundantes en África y Asia. Pero su hábitat ha quedado muy reducido, hasta considerarlo en peligro de extinción, a causa de las cacerías emprendidas contra ellos, capturandolos vivos para formar las jaurías de caza de los grandes señores indios y persas, alguno de los cuales poseía hasta un millar de ejemplares, rodeados de una nube de siervos exclusivamente destinados a su cuidado. Todo ello para sentir la emoción de la carrera del guepardo en la caza.
Los cachorritos de guepardo nacen con toda la espalda cubierta por una alta crin grisácea que les permite confundirse con el pasto mientras la madre va a cazar. La crianza de los hijos es misión exclusiva de las hembras solitarias; al contrario de lo que ocurre entre los leones, los cachorrillos son los primeros en hartarse de la carne recién cazada.
De la misma manera, la enseñanza de la prole corre a cargo exclusivamente de la madre. Está mantiene alejadas a las hembras de otras especies, mientras sus cachorros persiguen a las crías, más por afán de juego que de cacería.
Machos y hembras no forman parejas estables para la procreación y cuidado de la prole, pero varios machos y hembras se pueden reunir para cazar en común. Las hembras se alejan siempre de estas asociaciones antes de tener sus crías.
A esta vida solitaria de las hembras con cría se debe el mayor número de bajas entre cachorros de guepardo, porque a veces son descubiertos por otros predadores, especialmente hienas y chacales, que siempre rondan cerca de ellos.
Se ha comprobado que los guepardos temen mucho a los leones, y aunque se ha visto a estos animales devorando guepardos, no se sabe si los mataron ellos o los encontraron ya muertos. Gran parte de la constante vigilancia ejercida por los guepardos tiene por objeto no dejarse sorprender por los leones que comparten su hábitat. Difícil existencia la de este bello felino, cuya velocidad punta no es superada por ningún otro corredor.
El Elefante
Descendiente de una larga estirpe de mamíferos proboscídeos gigantes entre los que figura el desaparecido mamut lanudo, contemporáneo del hombre de las cavernas en Eurasia y América, el elefante no es propiamente un animal de sábana, aunque es en esta, especialmente la arbolada, donde prolifera y más a gusto se encuentra. Habita lo mismo en bosque y selvas que en montañas incluso en estepas, con tal de encontrar abundante alimento y agua suficiente.
La presión del mar compensa el peso de los grandes cetáceos, más, para soportar las 5 ó 6 toneladas de un elefante, sus patas tienen que actuar casi como columnas y terminan en 4 ó 5 pesuños las delanteras y tres traseras (los elefantes asiáticos tienen 5 y 4 respectivamente), cubiertos, como toda la planta, por la gruesa y flexible piel de las patas, formando como un almohadón que se ensancha y adapta perfectamente al suelo, sin resbalar ni perder pie por caminos difíciles y empinados. En cambio, es totalmente incapaz de saltar. Sus amplias orejas, además de conferirle un oído excepcional, le sirven como radiadores para disipar el exceso de calor producido por su intenso metabolismo. Sus colmillos no son colmillos propiamente dichos sino los incisivos superiores gigantizados y transformados en armas disuasorias que les ponen a salvo de cualquier enemigo que no sea el hombre, y como instrumentos para arrancar raíces, remover cepellones de tierra, derribar y descortezar arboles etc.
Las hembras de elefante alcanzan la madurez sexual a los 10 años, y los machos a los 11 ó 12. Tras un embarazo de 660 días la hembra da a luz un solo hijo, que mide unos 90 cm y pesa unos 115 kg. A las dos horas puede tenerse en pie; los bebés crecen muy rápidamente, y a los 7 años pesan una tonelada. Además, los machos crecen más que las hembras. Un macho de 50 años pesa unas 6 toneladas y media y una hembra, unas 4 toneladas.
Se ha hablado mucho de la longevidad de los elefantes, pero, si bien es raro que un macho sobrepase los 50 años, es común que las hembras vivan más de 90.
Para alcanzar tan descomunales proporciones, estos gigantes necesitan comer enormes cantidades de pasto, aproximadamente el 2% de su peso total, y beber cerca de 200 litros de agua clara y fresca. Si no hay árboles, comen hierba, pero prefieren las ramas, hojas, callos, frutos y bulbos de las regiones boscosas. Caprichosos gourmets, destrozan mucha más vegetación de la que consumen, contribuyendo de manera alarmante a la deforestación de sus dilatados hábitats.
Aunque toleran en sus espaldas a las inútiles garcetas, los elefantes expulsan a los pájaros desparasitadores. Mantienen limpia de insectos su gruesa piel con baños de agua limpia y aspersiones de barro o polvo que les da el color de los parajes en que habitan: grises, amarillentos o rojizos, como en el caso de los elefantes del Tsavo.
Los indígenas cazaban al elefante por su carne, y, sobre todo, por sus colmillos, que vendían a buen precio o por trueque a los comerciantes europeos, unas veces con trampas excavadas en el suelo y cubiertas con ramaje y tierra en los caminos habituales de los paquidermos, y rematándoles a flechazos y lanzadas: y otras veces por medio de flechas envenenadas, en cuyo caso tenían que seguirlo hasta que el veneno hiciera efecto y cayera muerto. En secreto, y a pesar de las actuales prohibiciones, muchos indígenas continúan cazándolos. Pero ha sido el hombre blanco armado de rifle, quién ha aniquilado el mayor número de elefantes. Se calcula que hace apenas un siglo vivían en África unos tres millones de ejemplares.
El elefante puede pasar sin beber agua varios días gracias a la humedad contenida en las hierbas que come. Pero al fin tiene absoluta necesidad de agua tanto para beber como para sus abluciones y el cuidado de su piel, que, aunque sea gruesa, es delicada.
En la estación seca saben abrir pozos de un metro en los cauces secos de los ríos, donde el agua rezuma por filtración, beneficiándose no solo ellos, sino muchos otros animales. Pero en épocas de verdadera sequía tienen que emigrar a centenares de kilómetros en busca del agua. En Kenia todos los años emigran hacia el mar. En 1950 el año más seco del siglo en aquel país, los elefantes corrían enloquecidos por la sed, arrollando poblados a su paso, pisoteando las mieses a punto de cosechar, causando grandes destrozos en los bienes de los de las poblaciones también agobiados por la sequía, en contraste con los demás años, en que la migración se lleva a cabo con orden y tranquilidad.
El Parque Nacional de Tarangire, alberga una de las colonias más numerosas de elefantes de Tanzania. Es relativamente facil ver manadas pastando por entre los baobabs.
Los Facoceros o "Pumbas"
El facócero es también llamado jabalí verrugoso a causa de las callosidades que forman su rostro y protegen sus ojos cuando están buscando alimento. Sus enormes cabezas y sus colmillos curvos, largos, fuertes y afilados, les confieren un aspecto casi terrorífico.
Como las de todos los suidos, dan a luz camadas de varios hijos, generalmente de 3 a 6, lo hacen en madrigueras de oricteropos y otros animales, previamente agrandadas con los colmillos. Los pequeños carecen de las rayas propias de los jabatos comunes. La especie aumentaría desproporcionadamente si no se produjera una gran mortandad entre ellos. Aproximadamente solo uno de cada cuatro nacidos sobrevive al primer año de existencia. Los otros sucumben ahogados en la época de las lluvias, o devorados por fieras y chacales.
Unos viven en solitario, otros en parejas o formando grupos familiares más o menos numerosos.
En época de crianza, los machos defienden sus territorios encarnizadamente. Varias familias pueden frecuentar juntas una misma baña o bebedero, pero a la menor señal de peligro huyen todos, con la cola levantada casi verticalmente, pero cada grupo en dirección a su propio refugio. Los adultos hacen frente a los guepardos y los ahuyentan con feroces arremetidas, pero frente a los leones y los leopardos no tienen otra salvación que refugiarse en sus madrigueras, primero los pequeños, y los últimos los machos, que penetran de espaldas para hacer frente al peligro hasta el último momento.
Los Kopjes
En las llanuras del Serengeti y de Masai Mara aparecen a intervalos irregulares colinas de rocas graníticas denominadas kopjes o cabezos, salientes esporádicos del zócalo rocoso de la sabana. Alcanzan 30 o 40 metros de altura, y el agua de la lluvia y del rocío, depositada en grietas y oquedades, favorece el crecimiento de una densa vegetación que ofrece cobijo a una fauna distinta a la de la llanura. Son como islas en la sabana africana.
Los jabalíes verrugosos son principalmente herbívoros; pero también comen brotes, hojas y otros productos vegetales como bayas, tubérculos, raíces y setas, que arrancan del suelo hozando, o desentierran excavando con sus colmillos. Y no solo habitan en la sabana, sino en las orillas de los bosques y en los parajes donde abundan los matorrales. A parte de los grandes predadores y de los chacales que roban sus crías, no parecen temer a otros animales, y dejan que los buitres, por ejemplo, arranquen sus excrecencias cutáneas y los desparasiten, sin el menor signo de protesta.
Damanes
Por la estructura de sus dientes y sus patas, de apenas 1 kg de peso y con aspecto de roedor, los damanes son, aunque algunos teólogos se resisten a admitirlo, los parientes más próximos a los elefantes. Viven en grupos o colonias más o menos numerosos, y a pesar de su tosca apariencia trepan con extraordinaria habilidad por las rocas, entre cuyas grietas pasan la noche y se refugian en caso de peligro. Por la mañana efectúan sus necesidades en una letrina común y se asean cuidadosamente, peinando su pelo con la uña del dedo central de sus patitas delanteras.
Hay dos géneros de damanes; el de las rocas y el de los árboles. Los primeros comen tallos, hierbas, frutos, cortezas y líquenes que buscan en el llano, a veces marchando en procesión pero sin alejarse más de 40 ó 50 m de las laderas del kopje. Los damanes arbóreos trepan a las ramas más altas de los árboles, alimentándose de brotes tiernos, hojas, frutos, etc. Poco prolíficos. El embarazo de la hembra es de larga duración, entre 7 a 8 meses, y da a luz normalmente dos o tres hijos, que no alcanzan la madurez sexual hasta los 2 años.
Leopardos, linces, chacales, águilas y serpientes acechan de continuo a los damanes. La supervivencia de la especie depende de una intensa vigilancia. Siempre hay un daman de guardia mientras los demás comen, pero estos también vigilan, y comen rápidamente para poder regresar en media hora ó 20 minutos, al seguro del roquedo. Al menor chillido de alarma todos levantan la cabeza y, si el peligro se confirma, huyen con celeridad hacia el kopje saltando como pelotas de goma y refugiándose en las grietas rocosas.
Lagartos Agama
La mayoría de los lagartos prefieren pasar inadvertidos. Por el contrario, los agamas machos llaman la atención balanceando de manera especial sus cabecitas para que los rayos del sol hagan resaltar los reflejos rosados y azules de su piel. Y ello no por presunción, sino porque son machos territoriales y emplean los insólitos e inconfundibles colores de su piel como semáforo tanto para rechazar a posibles competidores, como para atraer a las hembras, las cuales carecen de tan llamativa librea. A menudo, los machos luchan apresándose por las mandíbulas y tratando cada uno de derribar y tender de espaldas al adversario.
Antílopes saltarrocas
De apenas 50 cm de estatura en la cruz, cuernos pequeños y anillados en la base, habitan solos, en parejas o grupos de hasta 8 individuos. Son muy difíciles de descubrir, porque su pelo denso y abullonado presenta el color de las rocas y se confunde con el terreno.
Sus patitas poseen una firmeza de agarre muy superior a las de nuestras cabras montesas y gamuzas. Muy ágiles y vigorosas, saltan casi en el vacío, apoyándose en puntos inverosímiles, y a veces parecen rebotar en zigzags entre los muros de un precipicio, o trepan corriendo y saltando por paredes casi verticales. Pero nunca huyen alocadamente, sino que, cuando se consideran a salvo, se detienen y vuelven la cabeza para mirar llenos de curiosidad a sus burlados enemigos.
Las Hienas
La hiena es sin duda alguna el ser más despreciado por el hombre. Y ello es así tanto a causa del aspecto verdaderamente repulsivo de este cánido, como de su afición a devorar toda clase de cadáveres, aunque se encuentren en avanzado estado de putrefacción.
Muchas leyendas, todas nefastas y siniestras, giran en torno a este animal; se dice que son hermafroditas, que son hombres malignos que de noche se convierten en hienas para vengarse de sus enemigos, que son enviadas del diablo para profanar tumbas, que atraen a los seres humanos a sus guaridas para devorarlos imitando la voz humana y paralizándolos con la mirada, que los hechiceros se cubren con pieles de hiena para hacerse invisibles, y muchas otras patrañas. Parecidas creencias circulan en Asia, donde también habitan las hienas.
Es posible que el aullido de la hiena, agudo, penetrante, lacerante y terminado en una especie de gorgoteo o extertor, así como sus ladridos llamados “risa de hiena” hayan contribuido no poco a su mala fama.
Las hienas suelen pasar el día ocultas en terreras naturales o excavadas por otros animales, o entre matorrales. Las hembras paren generalmente dos cachorros completamente negros. A los pocos meses cambian el pelo y salen las manchas, pero no alcanzan su completo desarrollo hasta los 2 años, y llegan a vivir 25.
Cuando son el número suficiente, las llenas abaten por sí mismas durante la noche la mayor parte de las presas que ingieren, por el cruel procedimiento de ir arrancando bocados a su víctima todavía viva. Muchas veces los leones las expulsan del festín y se dan un banquete a su costa, dejándoles solamente las sobras.
Las hienas penetran durante la noche en los poblados africanos, limpiándolos de toda clase de inmundicias y desperdicios, en una actividad sumamente beneficiosa. La forma basta y roma de su cabeza se debe a la robustez de sus músculos y al enorme tamaño de sus molares capaces de quebrar los huesos más duros.
Hienas y leones se roban mutuamente las piezas abatidas; todo depende de si el león está solo y del número de hienas reunidas. Los leones las odian, como si supieran que antes o después tienen que terminar en sus estómagos.
Los Buitres
Los buitres ocupan entre las aves un lugar semejante al de las hienas entre los mamíferos, por su aspecto repugnante y sus hábitos necrófagos. Por otra parte, carecen de la agresividad y de la dignidad de aquellas, raramente cazan y solo animales pequeños. Con los demás, esperan más o menos pacientemente a que no den el menor signo de vida para iniciar el festín. Su utilidad como basureros es fundamental. Aves de formas y movimientos pesados tienen que remontar el vuelo a favor de las corrientes térmicas ascendentes que se producen al calentar el sol las capas de aire. Corren de cara al viento agitando sus anchas alas hasta que poco a poco despegan del suelo.
Alcanzan grandes alturas y se esparcen por el cielo observando con vista agudísima cuánto ocurre en tierra. Cuando uno descubre carroña o un animal moribundo se dejan caer casi en vertical sobre él, atrayendo a otros buitres, así como a hienas y chacales. En pocos segundos se concentran por lo menos seis clases diferentes de buitres, especializado cada uno en comer una parte del cadáver; los buitres leonados y moteados tienen cuellos y picos largos, lo que les permite introducir las cabezas en los abdominales para devorar las vísceras y los intestinos; el torgo u orejudo y el de cabeza blanca, de fuertes picos, comen la piel y los tendones. El alimoche y el buitre encapuchado consumen las piltrafas esparcidas en torno al cadáver.
Aunque son los primeros en llegar, los buitres no suelen ser los primeros en comer, porque como ya hemos dicho atraen con sus vuelos picado a las hienas y los chacales, mucho más agresivos, que los expulsan mientras comen; y así los buitres se ven obligados a esperar que hienas y chacales se sacien para lanzarse sobre los restos, disputándoselos de forma impresionante.
También los no menos repulsivos marabúes, de la familia de los ciconiformes, compiten con los buitres por la carroña. Entre todos dejan en poco tiempo los huesos del cadáver sin una migaja de tejido, lisos i mondos.
Los buitres, algunas de cuyas especies se extienden hasta Europa y Asia, son muy longevos, y mientras unas especies prefieren anidar en los bordes rocosos, otros lo hacen en las copas de los árboles, instalando nidos de grandes proporciones.
Buitres de espalda blanca
Todos los juguetes son grandes navegantes a vela, lo que les permite alcanzar grandes alturas con las alas desplegadas y el mínimo esfuerzo, aprovechando las corrientes de aire ascendente. Por la mañana tienen que esperar a que el sol caliente el aire para poder levantar el vuelo desde las ramas o las rocas donde han pasado la noche. El buitre de espalda blanca es uno de los más pequeños y abundantes de África. Mide 2,23 m de envergadura y pesa de 5 a 7,7 kg, mientras el torgo llega a los 13,5 kg y a los 2,65 m.
Buitre orejudo
El torgo u oricú es llamado también buitre orejudo por los profundos repliegues de su piel a ambos lados de la cabeza a imitación de burdos pabellones auditivos. Es un uno de los buitres mayores y más fuertes, capaz de desgarrar las pieles de los cadáveres, y de robar su presa a rapaces más bélicas, como el águila de hierro y otras.
Alimoches
El alimoche, extendido también por Eurasia, desde la península Ibérica hasta el golfo de Bengala, es uno de los cuatro únicos animales conocidos que utilizan objetos a guisa de herramientas. Tomando piedras de hasta 1 kg de peso con el pico las deja caer cada vez desde mayor altura sobre los huevos de avestruz, para romper sus cáscaras, demasiado resistentes para sus picos, y comer su contenido. Si los huevos son de otra especie, más pequeños, los agarran con el pico y los golpean contra una piedra a modo de yunque, para obtener el mismo efecto.
Secretario, serpentario o sagitario
Por los tres nombres es conocida está diferente, extraña y elegante ave rapaz de las sábanas y estepas africanas. Se diferencia del resto de las falconiformes por sus patas extraordinariamente largas, su cuello también largo y las plumas negras y eréctiles a modo de copete detrás de la cabeza. El secretario prefiere caminar a volar, aunque puede hacer esto último perfectamente. A grandes zancadas recorre la sábana y estepas arbustivas; cuando descubre una serpiente se lanza sobre ella de un acrobático salto, la aferra con sus fuertes uñas y la mata de un tremendo picotazo que le aplasta la cabeza. La engulle en un santiamén y prosigue su recorrido. No es inmune al veneno de las serpientes, pero se libra por sus mordiscos gracias a su rapidez.
Águila real
En África habitan permanentemente varias especies de águilas, formidables rapaces. En la sabana destacan la marcial o belicosa, consumada cazadora de aves; la de Verreaux, de negro y apretado plumaje: la volatinera, de pico y dorso rojizos: la de Wahlberg y la rapaz. Además de ellas, muchas aves de presa europeas, incluidas varias águilas, invernan en el sur del Sahara en competencia con las autóctonas africanas.
Azor vocinglero de largas patas
Varias especies de azores vocingleros del género Melierax abundan en estepas y sábanas africanas increíblemente voraces, cazan principalmente aves más pequeñas, pero no desdeñan pequeños mamíferos, en especial roedores, y reptiles. Su proximidad provoca en sus víctimas un profundo terror del que procede la expresión “azoramiento”.
El Chacal
No importan cuántos buitres hayan caído sobre un cadáver. Basta un par de chacales para mantenerlos a raya mientras comen. Los chacales suelen actuar solos, en parejas, o en pequeños grupos familiares; pero a veces se concentran varios grupos alrededor de la carroña. También se disputan la comida entre ellos, y los menos fuertes han de esperar a que los más fuertes se sacien antes de comer ellos.
El chacal de lomo negro es propio de las zonas arbustivas, mientras el dorado prefiere los llanos abiertos, dónde puede cazar a la carrera, ya que solo son carroñeros ocasionales, y cazan incluso gacelas jóvenes a las que agotan por cansancio. Los cachorros, de 2 a 7 por parto, abre los ojos a los 9 días. Durante la lactancia, los machos cazan solos y devuelven parte de la comida ingerida para alimentar a las hembras y los cachorros.
Entre los indígenas africanos es proverbial la astucia del chacal, tanto para atrapar a sus presas como para burlar sin esfuerzo a sus perseguidores, apareciendo y desapareciendo cómo por arte de magia en los mínimos accidentes del terreno o de la vegetación. Y en verdad que su astucia ha sido comprobada por testigos dignos de todo crédito.
Su astucia y su valor les lleva muchas veces hasta las viviendas humanas, devorando todo cuanto encuentran comestible. El ladrido del chacal, parecido a un lamento, es inolvidable para el viajero, y su silueta perruna ofrece un aire familiar para el europeo.
El Rinoceronte
En África habitan dos razas de rinoceronte, denominadas arbitrariamente “blancos” y “negros”, cuando en realidad sus gruesas epidermis, básicamente grises, tiene el color de la tierra en que habitan; rojo en el Tsavo, muy blancos en Amboseli, gris pizarra en el Ngorongoro. La diferencia más señalada es que los llamados blancos, evidentemente herbívoros, tienen en consecuencia el labio superior recto y ensanchado en forma apropiada para arrancar la hierba, mientras el del rinoceronte negro, principalmente ramoneador, termina en un pico o apéndice semejante a un ancho dedo, que les permite agarrar mejor las ramillas, hojas y frutos de qué se alimenta. Los negros pesan aproximadamente 1500 kg, y los blancos, de constitución más alargada, alcanzan los 3500kg.
Los cuernos del rinoceronte no son propiamente cuernos, sino un conjunto de fibras estrechamente unidas entre sí que se apoyan en el hueso de la nariz, situados longitudinalmente: el primero, mucho más largo que el segundo, puede llegar a medir 1,20 metros aunque de ordinario mide 80 o 90 cm. De todos modos, es un arma colosal, apoyada por la tremenda fuerza de su peso, que lo convierte en un animal peligroso, fuera del alcance de los grandes predadores. Solo los individuos demasiado jóvenes que han perdido a sus madres pueden ser presas de las hordas de leones.
Los rinocerontes depositan habitualmente sus deyecciones formando grandes montones de estiércol junto a sus pistas habituales. Estos estercoleros son un vivero para otros animales. A ellos acuden numerosos escarabajos, larvas, termitas y otros insectos que a su vez atraen a diversas aves, mamíferos y reptiles que se alimentan de ellos. El comercio de los cuernos de rinoceronte, que alcanza precios fabulosos en la India y China como afrodisíaco, ha hecho que el número de rinocerontes disminuya de manera alarmante, quedando algunas razas al borde de la extinción.
Los rinocerontes blancos necesitan terrenos muy especiales para prosperar sin trabas; países sin escarpaduras, no excesivamente secos, despejados, ricos en hierba y enaguas, con algunos árboles o arbustos no demasiado espesos. Al contrario que los rinocerontes negros, eminentemente solitarios, los blancos se encuentran en grupos de hasta una docena de ejemplares de ambos sexos y diversas edades.
Bufagos y garcetas se posan sobre ellos y los acompañan de continuo, hurgando los primeros con su pico en las grietas de la piel de los rinocerontes en busca de parásitos, lo que, se supone, debería ser molesto. Además, estas aves complementan el escaso alcance de visión del rinoceronte; cuando abandonan su lomo chillando le avisan de la existencia de un peligro, lo cual hace que se ponga en guardia instantáneamente.
Cómo tantos otros herbívoros de gruesa piel, los rinocerontes necesitan de modo indispensable el agua y el barro. La primera regula su temperatura en las horas más cálidas del día, y el segundo al secarse en su piel forma una costra que lo defiende de los ataques de numerosos insectos.
La tolerancia de los rinocerontes blancos machos hacia sus congéneres tiene un límite en la competencia sexual. Los machos jóvenes son expulsados de la familia hacia los 5 años de edad. En tiempo de celo los machos adultos riñen tremendas peleas por las hembras; terriblemente armados, no es raro que terminen con grandes heridas e incluso con la muerte de alguno de los contrincantes.
Para evitar la extinción de los rinocerontes blancos se están repoblando reservas dónde fueron exterminados en el pasado por los cazadores. Se les caza con lazo y con trampas, pero para evitar los riesgos empiezan a utilizarse dardos-jeringuilla, disparados con rifles de aire comprimido o ballestas, con un anestésico que los paraliza poco a poco; otra droga inyectada detrás de las orejas controla el anestésico, y el rinoceronte se deja llevar mansamente al camión que lo ha de conducir a su nueva residencia.
El rinoceronte es uno de los animales que cuesta más avistar en Tanzania. Desafortunadamente está en serio peligro de extinción y solo se ven algunos pocos, si hay suerte en el Cráter de Ngorongoro y al norte del Serengeti. En Kenia, hay varios parques donde también se pueden ver, por ejemplo en el Parque Nacional del Lago Nakuru.
Halcón peregrino
El viajero impresionado por las fieras y los grandes ungulados quizá no repare en principio, en la avifauna, pero pronto tomará conciencia de su rica variedad y de su importancia. En las llanuras herbáceas abundan los insectos, pequeños reptiles y roedores, semillas y granos, para satisfacer las más variadas apetencias alimenticias, así como materiales para fabricar nidos en los árboles ocultos entre la hierba. Además, todos los años llegan a las sábanas africanas infinidad de aves migratorias, muchas de ellas procedentes de Europa septentrional incluso del norte de Rusia.
Barbudos d’Arnaud
Estos pájaros, un poco locos y de actitudes un tanto cómicas, acostumbran a cantar por pareja, macho y hembra, al unísono con sus voces rítmicas y metálicas, siempre al amanecer, cómo eficaces despertadores.
Avutarda de Kori con abejaruco escarlata
Las avutardas son las aves mejor adaptadas a las llanuras. Omnívoras, no encuentran dificultades para alimentarse y su constante vagabundeo, su vigilancia y su facultad para escapar en vuelo rectilíneo la ponen fuera del alcance de sus enemigos. Los machos ejecutan aparatosos desfiles nupciales y las hembras anidan en pequeñas depresiones del terreno. Los pequeños vuelan en pocas semanas.
Avestruces
Los avestruces comparten el hábitat de muchos mamíferos ungulados, formando asociaciones defensivas con diversos antílopes y cebras. Son aves polígamas; cada macho atrae con una danza singular y un grito propio a varias hembras, todas las cuales ponen los huevos en una nidada común, pero solo una hembra principal los incuba durante el día, el macho la sustituye de noche, cuando resulta menos llamativo.
Los avestruces controlan el estado de incubación de cada huevo (puestos a lo largo de dos semanas) apartando del nido los más adelantados con el fin de que todos eclosionen casi al mismo tiempo. Al cabo de 42 a 48 días nacen los polluelos, que apenas puede levantar sus cabecillas, pero a las 48 horas de nacidos son capaces ya de seguir a sus padres.
Los avestruces son omnívoros; comen alimentos vegetales, larvas y pequeños animalillos. Tragan piedrecitas, cortezas y objetos llamativos, que les ayudan a triturar los alimentos. Aves sedentarias, pero necesitabas de agua, tienen que efectuar periódicos desplazamientos acomodados a la época de lluvias. Con todo, pueden pasar mucho tiempo con el agua contenida en las plantas de qué se alimentan.
Los avestruces defienden su prole tenazmente, o atraen sobre si la apetencia de los grandes depredadores corriendo y fingiéndose heridos, mientras los polluelos se aplastan contra el suelo para pasar inadvertidos.
Se ha comprobado que los avestruces, que jamás levantan el vuelo, alcanzan a la carrera velocidades de 65 kilómetros por hora, y ello durante muchos kilómetros sin dar señales de cansancio. Su metabolismo de ave deja en su organismo muchos menos residuos tóxicos que el de los mamíferos, por lo que su resistencia a la fatiga es muchísimo mayor. Cuando una fiera o un vehículo están a punto de darle alcance cambian bruscamente de dirección, ayudándose con el largo cuello y las cortas alas para dar quiebros que hacen perder ventaja a sus perseguidores.
Se dice que la patada de un avestruz es más fuerte que la de un caballo y debe de ser verdad. Hienas y chacales evitan mucho en ponerse al alcance de sus fortísimos tarsos, y nunca atacan a un individuo adulto. Pero si este los descubre rondando su nido o el refugio de su prole, los ataca sin vacilar, poniéndolos en fuga a patadas, y no es infrecuente que alguno de ellos resulte muerto.
Cercopitecos o monos rojos
La mayoría de los simios son eminentemente arborícolas, aunque algunos de ellos desciendan ocasionalmente a tierra. Pero en África hay dos especies de simios que habitan la sabana, desafiando los peligros de un medio impropio. El sistema empleado para la colonización difiere en ambos casos, pues mientras los agresivos papiones hacen frente incluso al leopardo con extraordinario valor, los monos rojos también llamados monos patas, tímidos y desconfiados, prefieren la huida y el ocultamiento. La común razón del éxito de ambas especies es fundamentalmente, la rígida jerarquización social de cada grupo y la férrea disciplina dentro del mismo.
Los grupos de monos rojos, de una treintena o más de individuos, están formados por un único macho dominante, hasta 12 hembras adultas, y jóvenes inmaduros y crías de ambos sexos: ocupan territorios de limites imprecisos, en los que se suelen bajar uno o varios machos adultos que nunca se dejan ver por el macho dominante, ya que este los agrediría inmediata y ferozmente. Una hembra adulta dirige el grupo que jamás duerme dos noches seguidas en el mismo encame: el macho dominante actúa constantemente de centinela, y se adelanta a explorar los bebederos para asegurarse de que no hay peligro.
Si surge un peligro, el macho dominante avisa con un grito, y todos los miembros del grupo corren velozmente a ocultarse entre la vegetación, perfectamente disimulados, mientras él atrae sobre si la atención de las fieras o de las rapaces, a las que tiene que burlar por su propia cuenta, o perecer, en cuyo caso otro macho ocuparía su puesto dominante.
Los cercopitecos de capa negra, también llamados monos verdes, habitan en la frontera del bosque con la sábana, refugiándose de noche para dormir en los árboles, pero descendiendo durante el día a la llanura para buscar su alimento, con el con el que llenan en pocos minutos las bolsas o abazones de sus mejillas. Estos monos, en caso de descubrir un enemigo se encaraman con rapidez a los árboles.
La organización social de los cercopitecos negros es la menos estricta de los monos de sábana: los machos dominan sobre las hembras, pero no existen verdaderas jerarquías entre ellos. Viven en grupos de 6 a 20 individuos, en territorios que se superponen parcialmente con los de sus vecinos inmediatos, pero con un grupo central de árboles en los que duermen a razón de dos o tres monos por cada árbol, con lo que evitan que el leopardo que pudiera subir hiciera una gran matanza entre ellos.
Estos lindos monitos verdes se han acostumbrado tanto a los turistas que penetran en los campamentos, les roban objetos y golosinas, beben café y Coca-Cola, etc. En cada grupo hay aproximadamente el mismo número de machos que hembras.
Papiones
Entre los simios conquistadores del suelo destacan singularmente los papiones o monos cinocéfalos, llamados así por el parecido que su hocico prolongado tiene con el de un perro. Es la tropa más jerarquizada y disciplinada de la sabana. Cada grupo cuenta con un clan de dos o más machos dominantes a quienes ningún otro puede mirar a la cara sin recibir un humillante castigo: que monopolizan las hembras fértiles, los mejores alimentos y los más cómodos dormideros, e imponen tiránicamente su autoridad sobre todos los demás; a continuación los machos de rango inferior que no han alcanzado el vigor, ni la experiencia, ni el carácter de los dominantes: las hembras con hijos dominan sobre las que no los tienen, y finalmente están los jóvenes de ambos sexos y las crías pequeñas. Para un macho inferior es muy difícil ingresar en el clan de los dominantes, porque estos se ayudan entre sí contra los aspirantes.
Los papiones comen tallos, bulbos, frutos, larvas, orugas, huevos y pajarillos, pero cuando tienen ocasión dan caza pequeños roedores, monos patas o monos verdes, incluso recentales de gacela, y los devoran con evidente satisfacción.
Las relaciones sociales tienen por objeto relajar la tremenda tensión creada entre los individuos del grupo por la rigidísima norma de la jerarquía. Los principales aspectos de dichas relaciones sociales son el juego de los jóvenes (en los que ya se van perfilando los futuros dominantes), y la desparasitación entre los adultos. Ésta, además de verdadero aseo, sirve para que los individuos de rango inferior puedan acercarse a los de rango superior y tocarlos con los dedos, lo que nunca podrían hacer en cualquier otra circunstancia.
Cuando descienden de los árboles dónde han pasado la noche y se trasladan por su territorio de la sabana, los papiones siguen una norma rígida; las hembras en cinta y con pequeños ocupan el centro del grupo, flanqueadas por los machos dominantes, entorno corretean los jóvenes de ambos sexos; los machos de categoría inferior abren y cierran la marcha y caminan a los lados, siempre vigilantes y atentos a la menor señal del peligro.
Los papiones tienen buen cuidado de no dejarse sorprender por los leones. Su peor enemigo es el leopardo, que puede aparecer en cualquier momento. Entonces cambia instantáneamente la formación de la horda; los machos dominantes se adelantan sin vacilar haciendo frente a la fiera, apoyados por los machos inferiores, mientras las hembras y los jóvenes huyen a los árboles. Los enormes caninos del papión son armas terribles, y sus miembros, fortísimos. A menos que el leopardo rehúya la lucha desde el primer momento, y logre ponerse a salvo, perecerá despedazado por los papiones. No importa que un macho dominante o dos mueran en la lucha: los que quedan seguirán dirigiendo la tropa y dejarán que los más aptos de los inferiores ocupen en el clan el lugar de quienes perecieron.
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